viernes, 24 de junio de 2011

Mis conclusiones prematuras respecto al diálogo entre la Caravana de la Paz y el poder ejecutivo del Gobierno de México. 23/06

de Alonso Casanueva Baptista, el jueves, 23 de junio de 2011 a las 18:57



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Me he quedado meditativo tras haber visto la mayor parte de este diálogo que se llevó a cabo en el Castillo de Chapultepec. Sobre todo porque al mismo tiempo leía y releía el facebook de Rossana Reguillo y la lista de comentarios que se formaron alrededor de lo sucedido hoy en la mañana. Sin caer en los corajes que fueron necesarios para otros tantos, me decidí a mantenerme en un estado similar al de Sicilia: un estado de diálogo.

Es precisamente el primer acierto de Sicilia y del representante de las comunidades indígenas en esta caravana. Estando presente frente al máximo mandatario del país, la decisión más inteligente que uno puede tomar es reunir todo lo positivo que uno tiene que decir, sin un afán agresivo para decirlo, y expresarlo de manera contundente, esperando respuesta.



No puedo decir lo mismo de la actitud presidencial, que por lo menos a mí me ha demostrado un par de cosas, que aunque interesantes para un análisis, son preocupantes para la vida.

La primera es que el presidente y su gabinete tomaron armas en el diálogo. Hojas y hojas que funcionaban como escudos opuestos a las súplicas de las víctimas. Estadísticas que mostraban los supuestos avances en los casos específicos de quienes tuvieron palabra. Argumentos por diestra y siniestra defendían tajantemente al presidente, a su “conciencia ética”, a sus subordinados, y los defendían de un verdadero conocimiento y reconocimiento de la situación en la que se encuentran inmersos.

La segunda cosa que preocupa es la desarticulación existente entre los tres poderes de la nación (ejecutivo, legislativo y federal). Un ejemplo muy claro es Marisela Morales, procuradora general de la República, y su discurso respecto a los avances en materia de seguridad. Según lo dicho por ella, el obstáculo al que se ha enfrentado la Procuraduría es el fallo de los jueces. Lo repitió Felipe Calderón momentos después cuando acusaba a los otros dos poderes de no estar haciendo lo que el poder ejecutivo sí hace.

El problema es el siguiente: si la policía y el ejército detienen a los delincuentes, y quienes los sueltan son los jueces...¿de quién es la culpa? El presidente quiere pensar que la culpa es del poder Judicial. Lo cierto es que no: la responsabilidad que no se está atendiendo es la de la articulación entre ambas instancias. La policía actúa de manera tal que no coincide con los requisitos que pide un juez para procesar debidamente a los delincuentes.

Y aquí me llega mi primer momento de coraje, de desequilibrio: la respuesta de Calderón a LeBaron. El primero le ha dicho al segundo que si bien no hay nadie que haya sido procesado por secuestro u homicidio en los casos de los familiares de LeBaron, los responsables están siendo detenidos por otros cargos. Si no se puede esperar detener a los criminales por los crímenes que han cometido, ¿a qué justicia se está atendiendo? Es la diferencia entre juzgar a alguien por robar una paleta cuando se le detuvo originalmente por vender psicotrópicos.



Ahora bien, el díalogo tuvo algo positivo por ambas partes: respeto. Aunque un par de los aludidos se sintieron abofeteados por la sarta de barbaridades que salían de las lenguas del sequito de Calderón, se trató de un diálogo en que nadie perdió la compostura, cuando muchos de los espectadores la hubieramos perdido fácilmente. Y Sicilia dio cátedra en este aspecto: no sólo dio un espacio muy grande para que otros hablaran con él, midió también la cantidad y calidad de las palabras (como buen poeta) y permitió que la agrupación presidencial hablara lo que quisiera hablar.



Por dentro pensé muchas veces en detener al presidente, en llamarle la atención, pedirle que dejara a un lado su computadora y prometerle que al final se le entregaría el video grabado. Pensé en decirle: “siéntate y cállate, hoy a ti no te toca hablar”. Pero sería partir de una necedad mía: la de que el político tiene otra condición que la propia, que un político puede escuchar así como habla. Y lo cierto es que no es cierto. Entonces aplaudo la decisión de la caravana. No fueron a reclamar, a escupir, a mentar madres (cuando lo bajo de cada uno lo pide a gritos); sino que fueron a pedir, a dialogar, a construir a partir de las experiencias de ambos bandos.



Lo que también podría concluir respecto a Calderón es que se rodea de gente que no tiene por qué ocupar los puestos que ocupa. García Luna no articula bien, Marisela Morales miraba aterrorizada a la caravana, Blake parecía más maestro de ceremonias del ITAM que alto funcionario federal. Ninguno de ellos pretendía entender en demasía lo que se les estaba reiterando una y otra vez: más que desempeñar un puesto, hay que desempeñar un puesto bien. Y esa fue otra de las patas cojas de Calderón, quien hablaba de lo mucho que estaba haciendo, del número de escuelas que construyó, de lo mucho que hizo con carreteras. ¿”Cantidad” es lo que necesitamos, señor presidente? La cantidad de escuelas no nos da mejores estudiantes (o mejores maestros) así como la cantidad de carreteras no nos da mejores caminos, ni la cantidad de muertos nos acerca más a la paz.



Lo que a la Caravana faltó fue dar entrada a los miles y miles de afectados por esta guerra. En los primeros discursos sí se incluyó a todo aquel que no tuvo micrófono en mano. Padres, madres, mujeres, indígenas, todos fueron objeto de discurso. Pero al momento de una segunda intervención por parte de los afectados, cada quien veló por sus causas más próximas. Lo cual es comprensible, es perfectamente humano: cada uno de ellos está inmerso en una marejada de injusticias de la que no logra salir. Y el motivo del diálogo tampoco era hablar acerca de todos los males que nos aquejan.



Calderón por su parte, obvió la voz indígena y dio respuesta solamente a la situación en Cherán. Se hizo hincapié en la situación de Wirikuta por parte de la caravana, y presidencia no dijo nada. Se hizo hincapié en el acuerdo de San Andrés, y presidencia no dijo nada. Se hizo hincapié en la autonomía de los pueblos, en el respeto a los derechos humanos, y presidencia no dijo nada. La Caravana por la Paz no habló solamente por aquellas víctimas del narcotráfico, habló y sigue hablando por todos aquellos frentes de guerra que disputa el Estado en el país. Presidencia no entendió eso.



Otro punto a notar fue la extensión del diálogo. Este diálogo debería durar días, como las mil y un cumbres entre países a las que asisten nuestros representantes. No es con los diputados con los que presidencia puede hablar respecto de estas cosas, ya hemos visto que ese frente está desarticulado también. Es con la participación ciudadana. Si no se puede más que dialogar unas cuantas horas, entonces no se pueden realizar más que unas cuantas cosas. Los acuerdos a los que se puedan llegar son breves, son remisos.



Finalmente quiero recuperar el documento con las anotaciones pertinentes que entregó la Caravana al poder ejecutivo. En él se hacen específicas todas aquellas intervenciones que no pudieron tener lugar en un breve diálogo y en las que hay que mostrar mayor énfasis. Cuando se escucha algo, se puede perder atención de algunas expresiones que son necesarias recordar por escrito. Pero esto no es clase de español, de literatura o de expresión oral y escrita. Lo que quiero decir es que mientras exista ese registro, el Estado no puede decir que nosotros no hemos actuado, que nos hemos quedado quietos (parafraseando al presidente y su “conciencia ética”).



Además, con el documento y con el diálogo se hace evidente una cosa más: no somos iguales que España, que Libia, que Egipto. Somos de una condición distinta, pero similar. Tenemos la posibilidad de establecer acuerdos a voces con el sistema. Por lo menos con un primer poder, que aunque renuente en palabra, se mostró como un perro con la cola entre las patas en sus gestos. Decirle a una u otra persona “claro que sí, pase usted a mi oficina hoy por la tarde”, da a entender que saben acerca del descontento, que entienden también que fallan en su desempeño, que no tratamos con una ceguera completa sino con millones de ojos llenos de cataratas, algunas de poder y otras de desesperanza. Con el diálogo se hace evidente que las dos visiones del conflicto tienen puntos en común, lugares de encuentro. Existe la capacidad de tocar esas llagas, de hablar desde ahí.



No quiero alterar la intención de este texto que es solamente demostrar mi opinión acerca de lo sucedido en este diálogo. Pero si quiero mostrar que vislumbro a partir de esto el surgimiento de un verdadero poder del pueblo, del inicio de una plataforma del diálogo que realmente represente al Juan Pérez del país. Originalmente esa era una de las intenciones de los diputados y de los senadores. Hoy se tendió un puente que se tiene que fortalecer cada vez más, entre los políticos y nosotros. Hoy se abrió una pequeña puertecita por la que podemos comunicarnos con ese mítico “búnker” en el que se toman las decisiones del país. Hoy le quitamos un poco ese adjetivo de “inapelable” a las decisiones que toma el Estado. Es un paso hacia delante.

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