lunes, 8 de noviembre de 2010

Jóvenes: la construcción del enemigo

Rossana Reguillo

De entre diferentes materiales que hacen parte de una investigación en proceso sobre los miedos urbanos, se presenta aquí, a manera de analizador sociocultural, un trabajo que puede considerarse "paradigmático" del tipo de construcciones que distintos medios de comunicación están haciendo de los jóvenes como el "nuevo enemigo" de la sociedad.
El análisis de la realidad se resiste hoy a las miradas unívocas y a las causalidades automáticas. Lo político está en estrecha vinculación con los programas económicos del Estado, con la crisis de los mecanismos tradicionales de participación, con la emergencia de una sociedad que, aunque no de manera homogénea, desborda la capacidad de respuesta del Estado. A su vez, lo económico no puede aislarse de los marcos y márgenes de operación de lo político; los costos sociales de los programas económicos repercuten en los procesos de redistribución del poder.

Es en este contexto en el que hay que pensar sobre las manifestaciones de violencia creciente, que tampoco pueden aislarse de los impactos que tiene el desdibujamiento de las certezas y referencias compartidas en la sociedad. Violencias de distintos órdenes se han instalado en la vida cotidiana y no es solo a través de los análisis estadísticos como mejor se pueden entender, por un lado, las formas de respuesta social a estas violencias y, de otro lado, los dispositivos a través de los cuales se construye y se configura lo que podría denominarse "el imaginario del miedo".

La indefensión experimentada como un dato cotidiano por los ciudadanos y ciudadanas, tanto frente a la impunidad de las autoridades o frente a su incapacidad para abatir los niveles de inseguridad, como frente a una violencia latente y amorfa cuyas fuentes no son objetivamente identificables, está dando paso a la reconfiguración de un discurso autoritario y a un incremento de los dispositivos de vigilancia y control en diferentes esferas de la vida social. Un discurso que engendra su propio orden y que se ofrece a sí mismo como discurso de la certidumbre y que se alimenta precisamente del miedo (al otro especialmente), de la duda y contribuye a erosionar el vínculo social.

Aquí interesa reflexionar en torno a los mecanismos que han convertido a los jóvenes (especialmente de los sectores populares) en los destinatarios de este autoritarismo que tiende a fijar en ellos, de manera obsesiva, los miedos, las incomprensiones, las inquietudes que provoca hoy la vulnerabilidad extrema de la sociedad, en diversos órdenes.


Los medios, el miedo, los jóvenes

El 1 de octubre de 1996, Siglo 21, diario local de Guadalajara, ofrecía un tratamiento de la delincuencia juvenil con el elocuente título de "Jóvenes, los autores de la mayoría de los delitos en la ciudad". Contra su costumbre, y fundamentalmente contra el proyecto editorial declarado, el reportaje aludido se centró fundamentalmente en la perspectiva oficial del asunto, haciendo aparecer las "estadísticas" como un argumento irrebatible (59.91 % de los delitos cometidos en Guadalajara tienen como autores a jóvenes de 18 a 28 años de edad). En un precipitado "perfil del joven delincuente" se hace aparecer como factor directamente productor de violencia o de "comportamientos delictivos", la edad y junto con ella, el nivel socioeconómico y la baja escolaridad. Las voces de los "protagonistas" están representadas por dos jóvenes: el "redimido-redimible" por la religión, es decir el "bueno"; y el irredento, el "malo", que no tiene salvación alguna, pero que siendo victimario es en el fondo una "pobre" víctima de las condiciones sociales.

El reportaje abunda en declaraciones oficiales que tienen que ver más con presuposiciones que con un trabajo de "sociología del delito". Hay una clara tendencia a oficializar los hechos ya que se asume la perspectiva y la "explicación" del fenómeno a partir de la visión de las instituciones gubernamentales. La información proviene de "estimaciones no oficiales de fuentes policiacas", de "un primer oficial de la policía municipal de Guadalajara", de "el director de Seguridad Pública de Zapopan", "de un funcionario de la misma dependencia", de la "directora del Centro de Observación de Menores Infractores", del "director del Centro de Readaptación Social No. 1".

Mientas que en un recuadro aparece la opinión de un especialista en niños de la calle, pero esta aparece sin problematización alguna y sus opiniones, por el tratamiento que de ellas se hace, lejos de cuestionar las visiones oficiales o de confrontarlas, las confirma y el asunto se coloca en términos de "comprensión" para los "pobres delincuentes juveniles". Se pasa así de la estigmatización al sentimiento caritativo, lo cual no permite trascender la percepción simplista que reduce la complejidad del fenómeno aludido a un asunto entre "buenos" y "malos".

El peligro de este periodismo de fuentes oficiales es que se arraiga fácilmente en la mentalidad ciudadana, ya que se asume como un hecho no problematizable que "verdad" e información periodística son una misma cosa, especialmente cuando el medio goza de credibilidad.

Por otra parte, pese a la indudable profesionalización en las tareas informativas y a la asunción de un periodismo de carácter más cívico, que han asumido distintos medios, no es poco frecuente que se filtren valoraciones que sustituyen al trabajo de investigación. El tratamiento informativo que se hace de la nota roja, en particular cuando se habla de los jóvenes, está lleno de calificaciones y estigmatizaciones que fomentan-generan una opinión pública que tiende a justificar el clima de violencia policiaca y de constantes violaciones a los derechos humanos.

La configuración de los miedos, que la sociedad experimenta ante ciertos grupos y espacios sociales, tiene una estrecha vinculación con ese discurso de los medios que de manera simplista, etiqueta y marca a los sujetos de los cuales habla. Así, ser joven equivale a ser "peligroso", "drogadicto o marihuano", "violento". Se recurre también a la descripción de ciertos rasgos raciales o de apariencia: "dos peligrosos sujetos jóvenes de aspecto cholo", "el asaltante con el cabello largo y aspecto indígena...". Entonces, ser un joven de los barrios periféricos o de los sectores marginales es ser "violento", "vago", "ladrón", "drogadicto", "malviviente" y "asesino" en potencia o real. Se refuerza con esto un imaginario que atribuye a la juventud el rol del "enemigo interno" al que hay que reprimir por todos los medios.

Estamos aquí ante una especie de "transferencia" de responsabilidades. Al tratar la violencia, la falta de seguridad, el incremento de la delincuencia, sin contextos sociopolíticos, se hace aparecer a los sectores marginales, especialmente a los jóvenes, como los responsables directos de la inseguridad en las ciudades y esto favorece el clima de hostigamiento y represión, y justifica las medidas legales e ilegales que se emprenden en contra de estos actores.

De ahí que el saldo de los acontecimientos (en el caso de México) arroje como balance una esquizofrénica dicotomía ente "muertos buenos" y "muertos malos" o, peor aún, "muertos olvidables". Las noticias de hechos de violencia en contra de jóvenes se convierten en algo natural, normal, pasan a segundo plano, se olvidan. Y con esta amnesia se contribuye a la aceptación de la impunidad, a la tolerancia infinita que no es capaz de ponerle freno a la violencia, provenga de donde provenga.

Otra práctica a la que con frecuencia se recurre en los medios impresos y en la televisión, es la de "complementar" la nota roja con imágenes y fotografías de jóvenes que no han cometido delito alguno. Se utilizan pies de foto descontextualizados, que hacen aparecer a los fotografiados como responsables de hechos violentos y delictivos.

La multidimensionalidad de las violencias que han estallado últimamente, las vuelve difícilmente asibles y difícilmente representables. El mecanismo más sencillo es el de recurrir a un "chivo expiatorio" a quien pasarle las facturas. La contribución que en esto realiza parte de los medios de comunicación, por omisión o por acción, es indudable.

Aparecen nuevos mitos (en su formulación negativa), estereotipos, estigmas, se objetivan en una especie de "manual para la sobrevivencia urbana", que opera pragmáticamente, es decir, de un modo no reflexivo. "El mal", las violencias, el riesgo, las amenazas, encuentran en estas formulaciones explicaciones causales automáticas.

Cuando las instituciones políticas han caído en el descrédito y deslegitimación, cuando la autoridad se muestra incapaz de dar respuestas eficientes a los problemas de las comunidades, cuando la sociedad no encuentra cauces de participación, es fácil que los medios dejen de ser precisamente eso, "medios", y se conviertan en enunciadores, en actores de peso completo que se erigen en jueces, en árbitros, cuyas construcciones del acontecer tienen efectos reales sobre la socialidad contemporánea, como lo prueban los dos "casos" que se refieren a continuación, cuya gravedad no puede pensarse al margen del papel que están cumpliendo los medios.


"...por eso ya nos da miedo salir"

El 18 de enero, hacia las diez de la noche, cuatro jóvenes conversaban en la calle, cerca de sus casas. Dos patrullas de la policía municipal de Guadalajara, sin motivo aparente, se lanzaron tras los jóvenes. Uno de los policías disparó, un balazo dio en el cráneo a Saúl Valenzuela, de 17 años, quien murió inmediatamente. Otro de los muchachos era Raúl, su hermano, que relató los hechos: "al darnos cuenta de que se bajaron para detenernos nos echamos a correr rumbo a la casa...escuché dos disparos y vi a mi hermano Saúl desplomarse". Raúl alcanzó a llegar a su casa para avisarles a sus padres, y cuenta también que su amiga Claudia trató de golpear al policía que disparó sobre su hermano, pero que otro se lo impidió golpeándola con la culata de su rifle.

Los policías implicados en la muerte de Saúl, que fueron consignados ante el Ministerio Público, resultaron no ser los responsables, resultó que el culpable del disparo se "escapó" de los ¡dormitorios de la policía! porque la vigilancia en la parte alta de ese edificio "no es del todo estricta porque quienes son conducidos ahí solamente tienen que cumplir un arresto administrativo que no siempre obliga al encierro...".

Además del dolor de perder de una manera absurda a Saúl, la familia enfrentó la intimidación de la policía municipal el día del velorio: dos patrullas se pararon frente a la casa y efectuaron dos disparos. Varios vecinos de la Colonia Villa Guerrero, donde fuera asesinado Saúl, denunciaron la prepotencia de los policías que vigilaban la zona y la amenaza que representan para niños y jóvenes que juegan en las calles.


"...es que la muchacha es chola"

A la una de la tarde del 26 de enero, Yissel Espinoza, de 17 años, caminaba por la calle con su hermano, al pasar por las instalaciones de la policía de Guadalajara, un gendarme se acercó y le dijo "cuánto cobras por un caldo", Yissel le respondió enojada y se metió a las oficinas para denunciarlo ante sus superiores. Adentro fue lanzada por el policía que le dio un golpe en la cara a lo que ella contestó con una bofetada, así comenzó la golpiza. El hermano corrió a su casa para avisar a sus padres. La familia entera (seis miembros contando a los padres) se transladó a la corporación policiaca pero fueron detenidos por tres policías que los encañonaron. Una hermana embarazada de Yissel fue golpeada y tirada al suelo, su hermano (policía antimotines) fue acusado y detenido (y posteriormente dado de baja) por "meterse por la fuerza al edificio y por dar positivo en la prueba de antidopaje".

A Yissel, pese a ser menor de edad, la metieron a la celda y quedó incomunicada. Más tarde, ella misma narraría que fue desnudada y obligada a hacer sentadillas "porque pretendían encontrar una droga que llevaba oculta en sus órganos sexuales".

La denuncia de los padres ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos fue recibida y levantada el acta, pero el comisionado en turno les informó "no ser competente para procurar la libertad de la joven, ni de su hermano". La versión de la policía señala que la detención de Yissel se dio, "porque la muchacha es 'chola' y está acusada de agredir a la policía".


Pérdida de certidumbres y principios

La muerte de Saúl y el ultraje (por llamarle suavemente) a Yissel, no obedecen a ningún accidente o "hecho aislado", forman parte de la lógica de operación de los policías y autoridades responsables de la seguridad, con la complicidad de la sociedad y de algunos medios de comunicación. Pero lo que más extrañeza causa es la tolerancia con que la sociedad asiste día tras día a este tipo de acontecimientos, la impotencia a la que se ven condenados víctimas, familiares y amigos, la falta de recursos para la acción, la brecha entre una política de derechos humanos y una cultura de esos derechos que encarne en las prácticas cotidianas y se constituya no en un "correctivo" a posteriori sino en una palanca desde la cual impulsar otras formas de socialidad.

Se trata de una bola de nieve, mientras impere un imaginario que atribuya a ciertos actores sociales unas características que justifiquen las razzias, eufemísticamente llamadas "operativos antipandillas", mientras se consienta la violencia institucionalizada u otras, mediante mecanismos discursivos que la expliquen por su vinculación con algunos constitutivos identitarios (la religión, el color, la raza, la edad, el sexo), mientras impere entre gobernantes y gobernados una relación de miedo y desconfianza, no será posible avanzar en el diseño de principios reguladores que la sociedad hoy requiere para enfrentar los desafíos que le plantea la magnitud de la crisis que estalla en todos los órdenes.

Norbert Lechner ha planteado que ante la pérdida de los principios absolutos, aparecen el miedo y la amenaza y esto da nacimiento a la demanda de certidumbre, "no se trata de un problema individual...la vida colectiva requiere certidumbres y, en particular, certidumbre precisamente acerca de lo colectivo" (Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política, Chile, FCE,1990, p.129).

Los signos son preocupantes. En la vida cotidiana, en los discursos políticos, periodísticos, religiosos, va cobrando fuerza ese discurso autoritario, duro, de limpieza social, que amenaza con ganar adeptos porque ofrece la cómoda certidumbre de que la única salvación consiste en el exterminio de todos aquellos elementos que amenazan y perturban el simulacro de vida colectiva que se mantiene a fuerza de murmullos y suspiros entrecortados para no despertar al demonio ¿Quién va a pagar los platos rotos?


Extraído de:
http://chasqui.comunica.org/reguillo.htm.

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