domingo, 15 de abril de 2012

¿Laicidad positiva?

Rodolfo Echeverría Ruiz A la memoria de Jorge Carpizo. Amigo íntegro; republicano laico. En el debate en torno del moderno concepto de laicidad imperante en el México plural de nuestros días, ni los fanáticos del integrismo se atreven a negar la evidencia: existen vínculos simbióticos entre la sociedad abierta y secularizada, la libertad de conciencia, la investigación científica y el Estado laico de derecho. Las diferencias conceptuales empiezan a la hora de ejercer e interpretar las normas laicas de la República. Las objeciones comienzan cuando el orden normativo laico resuelve diversos problemas concretos de la convivencia ciudadana, crea nuevas libertades específicas (concebidas, por ejemplo, con el fin de acelerar el proceso de liberación femenina y proteger y estimular a las minorías sociales) y garantiza el régimen de igualdad que el Estado debe otorgar a todas las asociaciones religiosas, cualesquiera que sean la magnitud numérica de sus fieles o su antigüedad en la escena nacional. Los teólogos vaticanos, a cuya cabeza se encuentra hoy Joseph Ratzinger --refinado filósofo tomista-- han recurrido a la habilidosa argucia de aceptar, sin excesivo entusiasmo como se advierte, la idea democrática de laicidad, pero bautizada con un adjetivo cuya evidente intención aspira a esterilizar la naturaleza secularizadora del Estado laico y a exigir un sitio de preeminencia para la cúpula jerárquica católica. Y se atreven a decretar qué es "lo positivo" y qué es "lo negativo", a propósito de la idea de laicidad. Y en semejante elementalismo cifran el valor y la fuerza de su precario alegato, con pretensiones de argumentación filosófica Decían los jurisconsultos romanos: Contra principia negantem non est disputandum. La muy maniquea expresión "laicidad positiva" carece de la sutileza inherente a un clásico del escolasticismo, el franciscano John Duns Scotus: "Pudo ser y convino, luego fue", escribió el teólogo y beato en torno del dogma de la Inmaculada Concepción. Propuesta metafísica, literariamente bella, es verdad, pero alejada de la lógica rigurosa y del entendimiento racional. Esa seudoargumentación --"laicidad positiva"-- arrastra un error lógico, es decir, una falacia: consiste en el vano intento de demostrar una tesis argumentando con la misma tesis a demostrar. Los lógicos llamaban a eso una "falacia de círculo vicioso". postulan una por ellos llamada "laicidad positiva", contrapuesta a la de modo peyorativo, como "laicidad negativa". A ésta última la que señalan, consideran beligerante y limitadora de los poderes de la encumbrada burocracia eclesial. Suponen, con acierto, que el concepto de laicidad es motor de la secularización y que, por lo tanto, las ideas de laicidad y de secularización caminan unidas y se alimentan una a la otra. A partir del aserto anterior infieren, también con razón, que, a mayores grados de vida secularizada, se asienta y desarrolla en el país el concepto de laicidad y que, a mayores grados de laicidad, la secularización define con nitidez los contornos y las esencias de una sociedad cada día más democrática y moderna. Rechazan esas razones --jurídicas y sociológicas, históricas y culturales-- y postulan, en cambio, el concepto de una pretendida laicidad adjetivada como "positiva". Esa teoría supone un juicio autoritario. El único Estado "laico" aceptado por ellos es aquel concebido bajo ésta ventajosa divisa: debe darse prioridad a la religión apostólica y romana. Exigen, por ende, la actuación de un Estado parcial, puesto a su servicio, capaz de proteger y estimular --normativa y políticamente-- a la alta clerecía católica, por encima de otras iglesias y confesiones. Esa teoría vaticana identifica al "inofensivo" concepto de laicidad "positiva" con una noción, radicalmente neointegrista, lanzada con el propósito de esterilizar la idea de modernidad cuyo vector dominante es su fuerza motriz: el derecho. Pienso en un derecho concebido como creador de nuevas libertades y garantías. Hablo de la lucha por la plena emancipación de las mujeres y de lo concerniente a la protección democrática de los segmentos minoritarios de una sociedad laica movida por las poleas de la secularización. El Estado constitucional custodia los derechos de todos. Entre ellos se inscriben, en primerísimo lugar, la libertad de las libertades--, las de creer y no creer, las de convicciones éticas y filosóficas y las de asociación con fines religiosos al lado, en condiciones de igualdad, de otras iglesias cuya existencia y propagación han de ser garantizadas por el Estado democrático. El postulado "laicidad positiva" es un subterfugio artificioso. Inútil estratagema urdida con el fin de refrenar la continua acción modernizadora del Estado laico.

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